Una reflexión sobre la importancia de poder conectar con nuestros padres y madres.
Este es uno de los temas clave en terapia y básicamente en todas nuestras relaciones humanas. Y es que numerosos estudios demuestran que nuestras primeras relaciones humanas, con quienes establecemos nuestro primer vínculo en la infancia, marcan nuestra forma de relacionarnos en el mundo, con nuestros iguales, con el mundo laboral y con nuestras parejas.
Nuestras primeras relaciones serán un mapa de nuestro modo de relacionarnos con el mundo. La seguridad con la que crezcamos, la autonomía y fortaleza yoica que tengamos, además de los recursos personales que desarrollemos, estarán marcadas por estas primeras relaciones con las dos figuras que determinan nuestra existencia (a lo que hay que sumar las características personales de cada individuo).
Es por esto que en muchas ocasiones se analizan las relaciones con nuestros padres, ya que tendemos a repetir una forma de relación según lo vivido con ellos, a repetir ciclos de vida y patrones de relación. La idealización, la sobreprotección, la atención, la gestión de nuestro mundo emocional y el afrontamiento a los problemas, los sucesos externos que aparezcan… todo ello será esencial en nuestra identidad y fundamental en nuestras relaciones futuras.
Comprender y entender esto es necesario para poder realizar un cambio. Si no nos damos cuenta y no tomamos conciencia acerca de desde dónde actuamos, difícilmente podremos comprender qué nos ocurre y responsabilizarnos de nosotros mismos, de nuestro comportamiento, para poder cambiarlo y evolucionar.
La importancia de saber gestionar las relaciones con los padres y madres
En muchas ocasiones, tomar conciencia de cómo nos ha podido afectar la relación con nuestros padres y la consecuencia de sus actuaciones puede generar mucho enfado y dolor.
A veces este enfado puede durar años y marcar la relación con ellos durante toda una vida, pero la compresión de la historia de ellos, las circunstancias de cada uno y la compasión es lo que puede ayudar a perdonar y sanar la relación con nuestros padres y por ende con nosotros mismos, solo entonces es cuando podremos desarrollarnos plenamente y vivir en paz.
Otras veces, la lealtad impide ver con claridad heridas del pasado. Y en ocasiones las heridas y el dolor son tan profundos por los hechos del pasado que nunca se curan.
Para conocernos, debemos comprender de dónde venimos y aceptar a nuestros padres. Físicamente estamos compuestos un 50% de cada uno de ellos, y mental y emocionalmente también. Estar en conflicto continuo con alguno de ellos es estar en conflicto con nosotros mismos. De ahí que siempre haya un anhelo interno a la reconciliación.
Tendiendo puentes
Cuando dejamos de actuar inconscientemente y de forma infantil, cuando aceptamos y comprendemos el pasado y nos reconciliamos con él, cuando nuestro niño interno herido deja de gritar y demandar a los demás el cubrir nuestras carencias y necesidades… podemos acudir a nuestra parte adulta, responsabilizarnos de lo nuestro y darnos cuenta que nosotros mismos podemos calmar esta parte interna que necesita ser sosegada.
Este es en gran medida el trabajo de acompañamiento que hace el terapeuta psicológico, ayudando a la persona a darse cuenta de sus heridas, a perdonar y perdonarse y a ayudarle a crecer, responsabilizándose de sus actos y sus necesidades. A estar en paz y en equilibrio para poder estar en coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.
La reconciliación es con estas partes a nivel interno. Esto no significa cumplir las expectativas de nuestros padres, o no poner límites, sino llegar a estar en paz, comprendiendo desde donde actuamos y agradeciendo el mero hecho de darnos la vida.
Poniéndonos en su lugar
En general, la mayoría de los padres actúan siempre creyendo que lo que hacen es lo mejor para sus hijos, aunque a veces se equivoquen estrepitosamente; su intención suele ser positiva buscando el bien de sus hijos.
Otras veces sus propios miedos, su rigidez, su autoestima y sus propias vivencias han podido afectar en el trato que nos han dado; es decir, nuestros padres también son el resultado de las experiencias vividas en su infancia y con sus padres. En su día también fueron niños y quedaron determinados por sus experiencias.
En definitiva, somos el resultado de nuestros antepasados. Tanto es así que en muchas ocasiones no somos conscientes de los introyectos que absorbemos de nuestra familia y que consideramos que son lo usual en todas las demás familias, o ni siquiera nos cuestionamos el origen de estas creencias.
Por ejemplo, el hecho que abuelos de muchas familias diesen de comer tanto y la obsesión con la comida o tener siempre la despensa llena, viene en muchas ocasiones del hambre que pasaron en la guerra nuestros abuelos y bisabuelos, marcando a las futuras generaciones y siendo un acto de amor el dar la comida, pues era dar lo que no se tenía.
En algunas familias es muy importante estudiar y la cultura, y así se transmite en las siguientes generaciones, normalmente es debido a que algún miembro no pudo estudiar, tuvo que trabajar desde temprana edad y lo vivió como una gran frustración.
En otras familias, sus miembros apenas son afectuosos y no hay expresiones de amor, a menudo por vivencias de infancia duras de algún padre, ya que era habitual hace años enviarles a internados desde pequeños y no recibían el afecto necesario; por lo tanto, posteriormente no lo sabían dar este afecto.
Son algunos ejemplos de las creencias e influencias que tenemos en cada familia, por las vivencias del pasado de nuestros padres, abuelos, etc.
Conclusión
Somos el resultado de las experiencias de nuestros antepasados, y conocer, entender las experiencias y vivencias de ellos es conocernos y aceptarnos en gran parte. Es el inicio para comprender desde donde actuamos y responsabilizarnos de nuestros actos y de los cambios que podemos hacer, para no continuar repitiendo patrones.
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Autora: Aglae Ganuza Parisot
Publicado el 10 de Noviembre del 2021, en Psicología y Mente. Actualizado el 20 de marzo del 2023.